viernes, 23 de noviembre de 2012

Las tortugas domésticas


LAS TORTUGAS DOMÉSTICAS

El desconocimiento de las técnicas básicas de manejo, requerimientos nutricionales y condiciones de mantenimiento de las tortugas, se traduce a menudo en la aparición de diversos procesos patológicos que constituyen la principal causa de mortalidad en estos animales.



Al adquirir una tortuga es importante conocer, en primer lugar, las dimensiones y el peso máximos que puede llegar a alcanzar la especie seleccionada. Estos datos nos orientarán sobre cómo podremos satisfacer en un futuro sus necesidades de espacio y nos permitirán además valorar su ritmo de desarrollo, alertándonos a tiempo sobre posibles alteraciones. Como norma general, se puede afirmar que estos animales presentan un crecimiento continuo a lo largo de su vida: cuanto más viejo es el animal mayores deben ser sus dimensiones. Durante los dos primeros años el incremento de tamaño es muy rápido, pero posteriormente el ritmo se ralentiza. En todas las especies, el desarrollo de las hembras es más importante y acelerado que el de los machos. En las tortugas de agua dulce –como las tortugas de sienes rojas o amarillas, también llamadas de Florida-, el tamaño dependerá en gran medida de la capacidad del acuario, pero fundamentalmente de la temperatura del agua y de su régimen alimenticio. Llegan a alcanzar una talla máxima de 20 cm. Puede utilizarse un compás para medir la longitud del plastrón (o peto).
Pesar al animal en una simple báscula de cocina es un sistema sencillo para controlar su crecimiento. Es recomendable anotar el peso de las tortugas jóvenes una vez por semana y el de las adultas al menos tres veces al año. Un control aislado no tiene ninguna significación, pero valores consecutivos idénticos o menores nos alertarán sobre posibles complicaciones. Hay que tener en cuenta que los movimientos del animal, o el vaciamiento fisiológico de la vejiga e intestino pueden falsear los resultados.
Una vez en el hogar, es importante respetar unas sencillas normas que nos evitarán sustos innecesarios. Cuando se manipule la tortuga, debe evitarse girarla bruscamente, pues esto podría ocasionar torsiones del tubo digestivo. Si por cualquier causa el animal se voltea, se le intentará colocar en su posición original por rotación inversa. La situación anatómica de los pulmones (en posición dorsal) hacen desaconsejable que el animal permanezca mucho tiempo apoyado sobre su espalda. La compresión por parte de otros órganos internos dificulta la respiración y puede ocasionar asfixia. Es frecuente que se produzcan ahogamientos en tortugas acuáticas si el número de superficies de reposo que se ha dispuesto resulta insuficiente o, accidentalmente, en hembras durante el apareamiento. En tales situaciones la asombrosa resistencia de sus tejidos a la anoxia permite a veces la recuperación de algunos ejemplares. En ocasiones, el roce continuo con suelos muy duros puede producir erosiones en el peto. La desinfección diaria de las heridas y la fijación de una plancha de madera (o similar) al peto, solucionarán el problema.
Las tortugas son animales poiquilotermos y disponen de pocos mecanismos de adaptación para combatir las variaciones de la temperatura ambiente. Dichos mecanismos se basan fundamentalmente en modificaciones del metabolismo basal. Los golpes de frío son por lo general benignos, pero predisponen a los animales a padecer infecciones. El aumento de la temperatura es más peligroso, y puede ocasionar alteraciones de tipo nervioso: excitación, convulsiones... Es importante actuar con rapidez, colocando al animal a la sombra e inyectando si fuera necesario analépticos cardiorrespiratorios. La profilaxis es sencilla: no dejar mucho tiempo a las tortugas a pleno sol (pueden aparecer además quemaduras en el caparazón) y controlar los sistemas de calefacción del acuario. Como en el resto de las especies, el calentamiento debe realizarse de forma progresiva.
Está muy extendida la falsa idea de que las tortugas terrestres se alimentan únicamente a base de vegetales y la acuática de carne o pescado. Su atracción hacia estos alimentos no implica forzosamente que sean convenientes para ellas. Por ejemplo, dietas muy ricas en pescado pueden provocar avitaminosis B como consecuencia de su gran contenido en tiaminazas.
Las tortugas terrestres en libertad no suelen padecer enfermedades carenciales, pues los vegetales silvestres contienen generalmente todos los nutrientes en cantidades equilibradas. En cautividad, se alimentarán a base de frutas, legumbres, insectos y carne picada, preferentemente una vez al día durante la fase de crecimiento y posteriormente, según su actividad. El régimen alimenticio de las tortugas acuáticas debe incluir carne picada, pescado, alimentos para perros y gatos, coles... Se puede recurrir igualmente a preparados comerciales. En ambos casos es importante no alimentar simultáneamente a animales de tamaños diferentes para evitar fenómenos de competencia. Como suplementos vitamínicos y minerales podremos utilizar aceite de hígado de bacalao (en caso de avitaminosis A), plumas de sepia desmenuzadas (carencias de Ca) o incluso, complejos vitamínicos para pájaros. La luz natural estimula diversas funciones endocrinas y confiere una mayor resistencia a las infecciones. Es aconsejable sacar al exterior a los animales cuando las condiciones climáticas lo permitan o proporcionarles, si esto no es posible, una fuente de luz ultravioleta –máximo 20 minutos, tres veces por semana- procurando evitar las quemaduras oculares (las tortugas no poseen escamas oculares como los ofidios).

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